domingo, 19 de septiembre de 2010

Aquella Tarde Triste

Yo subí a la colina aquella tarde
Caminaba y caminaba como un vagabundo,
Deseaba contemplar de allá arriba al mundo
Y huir de los problemas, como débil y cobarde.

Mas, hallándome en la sima, solitario,
Apartado del camino, yo, inocente,
Escuché que venía mucha gente,
Y miré que agitaban un sudario.

Yo curioso, acerqueme a la vereda,
Para ver *que la bulla encaminaba?,
Era un hombre, que la turba maltrataba,
Y atado de manos sin pena lo arrastraban.

Le empujaban, pateaban y escupían,
La sangre brotaba por sus sienes,
Y entre tanto al pobre hombre maldecían,
Pero no hubo quejas, ofensas ni lamentos.

Ya no pude aquel cuadro seguir viendo,
Y cubriéndome la faz salí corriendo,
Escondime en la maleza muy adentro,
Pues me dio mucho aquel encuentro.

Solo oía los gritos de la gente,
¡Hay que matarle! decían, ¡es indigno!,
¡Es insolente!; gritaban otros ¡No le dejen!
Y seguían pegándole en la frente.

La turba se corría calle abajo,
Y todo quedó triste y en silencio
Mas no tuve valor para acercarme,
Solo tuve una lucha de conciencia;

Y yo, quedé escondido aquella tarde,
Pensé, no tengo nada que ofrecerle,
No tengo ropa buena que ponerle
Ni pude defenderle ¡qué cobarde!

Oí hablar muy suavemente a dos personas,
Que acertaban a pasar por el sendero,
Y dijeron parecía un prisionero
Y que estaba totalmente muerto.

Es el Cristo, gritaron de repente,
Han matado al que amaba mucha gente,
Al que vino a salvarnos inocente,
Pero ya no hay esperanza, le mataron.

Y yo también lloraba con la gente,
Me sentía perdido y sin consuelo,
Yo bajé aquella tarde de la sima,
Juntas las manos y baja la frente.

Mas al tercer día vi la gloria,
Pues oí de Jesús resucitado
Y entonces recordé la historia,
Y grité, ¡Jesucristo me ha salvado!

¡Qué vergüenza sentí Dios santo!
Si no había la profecía escudriñado,
Ni sabía que estaba profetizado,
Ni sabía que el amor de Dios por mí era tanto.

Ya no tengo porque seguir pecando,
Ni vivir entre dos leyes claudicando,
Solo quiero vivir con Jesucristo,
Y sus santos mandamientos guardando.

Autor: Ramón Calderón Cortez

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